FIRMA INVITADA: JAVIER FERNANDEZ ALEN
El Máster en Movilidad Urbana (MAMUR)
La Universidad Total Trasatlántica (UNITONTA) acaba de engrosar su oferta formativa con el Máster en Movilidad Urbana (MAMUR) que -como sucede con todos los Masters que esta prestigiosa Universidad ofrece al muy competitivo mercado universitario- nace de la atenta observación de la realidad más próxima por parte de su legendario equipo multidisciplinar de sabios en las más variopintas disciplinas científicas.
En esta ocasión, el grupo de sabios ha detectado una demanda formativa urgente ante las regulaciones exigentes del tráfico urbano de vehículos que vienen haciendo las diversas concejalías de salud, bienestar, igualdad, diálogo, empoderamiento, felicidad, paz universal, etc. de los distintos Ayuntamientos que pueblan la geografía española, europea y mundial. La creciente complejidad de estas regulaciones exige que haya auténticos especialistas en la materia capaces de descifrar las ordenanzas, avisos, comunicaciones y recomendaciones en la materia. Por otro lado, la faceta nada despreciable de las sanciones previstas en estas nuevas regulaciones del tráfico urbano de vehículos es otro factor que incentiva la demanda de formación especializada en las nuevas regulaciones del tráfico urbano de vehículos que atiende el MAMUR. En efecto, estas nuevas ordenanzas sancionadoras municipales están diseñadas con la doble finalidad educativa de la población -para insertar actos reflejos de respeto a los modernos credos del progreso- y recaudatoria, como nuevas fuentes de financiación de los servicios municipales que se ocupan del bienestar físico y espiritual de la ciudadanía. Todo ello para atender a las necesidades crecientes de medios materiales y humanos, estos últimos afines, con asombrosa frecuencia, al partido gobernante.
El extraño caso de Sigfrido en su laberinto
En particular, el caso paradigmático que inspiró al equipo de sabios de la UNITONTA para diseñar el MAMUR fue el de Sigfrido, quien, a pesar de tener un nombre nórdico con resonancias nibelunguianas, era un modesto labrador que se vio precisado de acudir a la capital desde su pueblo para solicitar unas ayudas públicas para la agricultura y que, en su inocencia, utilizó su vehículo particular para desplazarse.
Pues bien, un buen día entró Sigfrido a primera hora de la mañana en la capital, contento al comprobar que el tráfico era fluido y leer los carteles acogedores que parecían invitarle a entrar con mensajes del tipo: “Entra Vd. en una capital sostenible, amable, sin gases, sin humos, con diálogo y con paz infinita”. Carteles rodeados de cámaras de seguridad que garantizaban la filmación y el reconocimiento, a los efectos sancionadores oportunos, de quien pasaba.
El recorrido de Sigfrido le llevó a transitar con su vehículo por la Plaza del empoderamiento, decorada por sendas representaciones gigantes en bronce de un gran puño cerrado mirando al cielo en actitud desafiante y una peineta de orientación igualmente estelar; la Plaza del progreso pacífico infinito, adornada con una rueda continua semejante a la que se utiliza en las jaulas de algunos roedores para su ejercicio y entretenimiento; la Plaza de la hermandad multicultural, carente de cualquier tipo de decoración, adorno o escultura para evitar dañar la sensibilidad de cualquier ser humano que profese cualquier tipo de cultura, con total independencia del pequeño detalle del respeto a los derechos humanos; y otras Plazas de similares denominaciones. Y Sigfrido conecto su recorrido a través de tan emblemáticas ágoras transitando por la Avenida del Comandante Lopez, héroe del progreso nacional por razones tan excelsas como secretas, pero unánimemente reconocidas por la población progresista; la Avenida del Líder Supremo, que llegó a tan mítica condición a partir de un trabajo intensivo de los especialistas en imagen de su partido que -con unos pequeños y casi imperceptibles cambios- convirtieron en ejemplar su biografía de pequeño delincuente habitual, plagada de hurtos, robos, fraudes, estafas, etc. ; y otras Avenidas de parecido significado.
En su recorrido, Sigfrido tuvo que detener de forma brusca su vehículo al cruzarse con el séquito del concejal de Movilidad Urbana, Progreso, Inclusión, Paz y Diálogo integrado por el automóvil oficial del propio concejal, antecedido por otro coche de la policía urbana que iba despejando la calzada con un cartel luminoso anunciador que decía: “Contaminamos por el bien de la ciudadanía”.
Finalmente, la alegría inicial que le provocaba a Sigfrido la contemplación de tanta maravilla urbanística se vio súbitamente truncada cuando un agente de la autoridad -pertrechado de un modo adecuado para combatir en una zona de guerra- le hizo ademanes ostensibles para que detuviera su vehículo y le impuso una multa cuantiosa por circular por donde no debía. Multa que se repitió hasta en otras quince ocasiones porque las señales de salida de la cuidad eran tan amables como incomprensibles y Sigfrido, como en un laberinto kafkiano, volvió una y otra vez a recalar con su vehículo en la Plaza del progreso pacífico infinito, en donde el mismo agente de la autoridad le esperaba con los brazos y el boletín de denuncia abiertos.