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Justicia poética, concursos universitarios y pedagogía

Firma invitada: Javier Fernandez Alen

 

Me asomo de nuevo a este blog con la autorización de su anfitrión, que me ha permitido participar con mis entradas durante los fines de semana para seguir la serie de relatos satíricos que vengo presentando con mi compañero de precariedad, Victor Costas Seoane; serie destinada a ofrecer al lector una sonrisa cuando los rigores de la semana laboral se calman y el espíritu puede relajarse.

Permitanme que me represente, expresión con la que no quiero actuar por cuenta de otra persona, sino presentarme de nuevo. Soy un joven profesor universitario que vive en un permanente estado de asombro por lo que veo dentro y fuera de la universidad; asombro que mueve de vez en cuando mi menguada inteligencia para intentar explicarme algunos fenómenos de todo punto sorprendentes a los que asisto y, lo que es más difícil, intentar explicárselos a mis congéneres. Y, en esta modesta cruzada por la inteligencia es donde se ubican estos relatos satíricos que el anfitrión de este blog, en su infinita generosidad, me permite colgar algunos fines de semana.

En esta ocasión, han sido las declaraciones de un ministro del gobierno de España anunciando que la intención de implantar una suerte de MIR para los profesores las que, además de mover mi adhesión inquebrantable, han evocado en mi memoria un concurso universitario que podría calificar de “relato ejemplar” y que expongo a continuación.

Hace algunos años, en la Universidad Pública de la Meseta Alta (UNIPUMA) se convocó un concurso para cubrir una plaza docente del máximo rango a la que concurrieron dos candidatos: Por una parte, Inocencio Muro (nombre premonitorio de su confianza ciega, al tiempo que candorosa, en el principio constitucional de mérito y capacidad para la provisión de puestos en la Administración), que era un profesor de otra localidad sin vinculaciones de ningún tipo con la ciudad sede de la UNIPUMA. Y, por otra parte, Anastasio Perez, profesor de la UNIPUMA, en la que había desempeñado relevantes puestos orgánicos y representativos, propios de su íntima vinculación con la cuidad sede de la misma y al que los alumnos, llevados siempre por su intención burlona, aplicaban el sobrenombre de “Anestesio” porque la profundidad abisal de sus explicaciones llevaba a la incomprensión de las mismas por la audiencia y esta conducía de manera indefectible a una notable somnolencia del alumnado, incapaz de descender con Anestesio a las profundidades de su pensamiento.

Pues bien, convocado el concurso para la plaza docente, el profesor  Inocencio Muro presentó ante el tribunal un curriculum vitae de 35 folios en el que se detallaban las varias conferencias impartidas en universidades europeas (de Italia, Alemania, Portugal, etc.) y americanas (de Norte, Centro y Sudamérica), sus colaboraciones con diferentes instituciones de la Unión Europea, sus varios manuales docentes y monografías, sus numerosos artículos en revistas científicas y otros varios méritos.  Por su parte, el profesor Anastasio Perez, en el mismo trámite, presento un curriculum vitae que, en tres folios, describía un artículo publicado en una revista de la propia UNIPUMA, un comentario de sentencia y dos recensiones bibliográficas en sendas revistas de la especialidad.

Reunido el tribunal  a deliberar bajo la presidencia de una relevante figura de la UNIPUMA, llegó a la sorprendente -¡o no tanto!- conclusión de que los méritos acreditados por el profesor Inocencio Muro eran prueba evidente de su dispersión científica y de una dedicación insuficiente a la vida universitaria; mientras que los del profesor Anastasio Perez acreditaban, por el contrario, una concentración científica digna del Aleph de Borges o de un agujero negro estelar y de una dedicación exhaustiva a la verdadera vida universitaria. Y, por lo tanto, tras unos ejercicios largos y complicados que no sirvieron más que para ratificar aquel diagnóstico inicial, el profesor Anastasio Perez accedió a la plaza, mientras que el profesor Inocencio Muro debió seguir vagando, durante varios años, como el Holandés Errante, hasta encontrar su lugar en el mundo universitario.

P.D.: el profesor Inocencio Muro, al cabo de algunos años, accedió a la plaza merecida en otra Universidad Pública donde, a día de hoy, enseña e investiga en paz, sin envidia ni rencor. Y aquí es donde esta la “justicia poética” que titula esta entrada.