Firma invitada: Javier Fernandez Alén
Asomo de nuevo la cabeza en este blog para ofrecer –con el permiso del anfitrión- un pequeño presente de Reyes en forma de relato ejemplar. En fechas recientes he tenido la oportunidad de leer, en el suplemento dominical de un diario de información general, un reportaje que me ha parecido extremadamente interesante al punto de mover una iniciativa en el mundo de la consultoría que después relataré.
El reportaje daba cuenta de cómo, en una ciudad de la milenaria China de nombre Rongcheng, se ha realizado un experimento de implantación de un moderno sistema de castas de ciudadanos mediante su clasificación en varias categorías alfanuméricas que van de lo óptimo (AAA) a lo pésimo (D). Este sistema se basa en el aprovechamiento eficiente de los datos de los ciudadanos clasificados que obran en internet con la ayuda inestimable –que nunca desinteresada- de las principales y millonarias plataformas de aplicaciones de pago en la red y del sistema de cámaras de reconocimiento facial instaladas en calles, aeropuertos y estaciones de ferrocarril. Sobre la base de la cantidad de datos ingentes almacenados (“big data”) y con la ayuda de una metodología de algoritmos (¿Qué tendrán los algoritmos que garantiza su omnipresencia desde los mercados de valores a las calificaciones crediticias?), se ubica a cada persona en la categoría adecuada en función de su dedicación laboral, su probidad personal, su entrega familiar y otra multiplicidad de factores. De modo tal que pueden transitar –como en la Divina Comedia- del cielo de la máxima calificación al infierno de la pésima. Y, lo que es más importante, una buena calificación facilitará el acceso a puestos de trabajo, a la suscripción de seguros o a la concesión de préstamos bancarios.
Pues bien, tras tener noticia de tan interesante experimento, una conocida empresa de consultoría sociológica española, de nombre Consultora de Investigaciones Sociológicas y Cooperativas (CISCO), especializada en percibir ayudas públicas de todo tipo de administraciones (especialmente, autonómicas y locales) y, por ello, en la elaboración de informes extrávicos o bizcos de sesgo conveniente a la entidad que los encarga y paga con generosidad; envió a un equipo de investigadores durante una semana a Rongcheng para analizar el fenómeno con la profundidad que el caso requería al objeto de valorar sus posibles aplicaciones el mercado europeo y, en particular, al español. Y ese equipo, a su vuelta, elaboró el siguiente informe que esta circulando por el tejido empresarial de nuestro país, despertando un más que justificado interés.
El informe se titula: “Del rating humano y de sus múltiples aplicaciones en el mundo político, comercial y financiero”.
El informe se elaboró aplicando las técnicas que usan las agencias de calificación crediticia o agencias de rating en el mundo financiero y que tan buenos resultados les han dado; hasta el punto de que, habiendo fallado de forma reiterada y estrepitosa en la calificación de empresas financieras y no financieras y habiendo colaborado a facilitar los efectos desastrosos de las grandes crisis financieras; siguen manteniendo un férreo oligopolio en el mercado de rating y una influencia incontestable sobre emisores, autoridades supervisoras y Estados.
Así pues, animados los investigadores orientales de CISCO por esa bula absolutoria, presentaron el informe integrado por los siguientes capítulos:
El capítulo 1 contiene un resumen ejecutivo que anticipa y enfatiza –como es propio de estos informes- su enorme utilidad para las empresas comerciales y financieras españolas.
El capítulo 2 ofrece una breve descripción de la experiencia de Rongcheng y advierte sobre la inconveniencia de hacer una extrapolación mimética de sus resultados al mercado de bienes y servicios europeo y español, dadas las diferencias evidentes de todo tipo (culturales, morfológicas, etc.) que existen entre los chinos/as y los españoles/as.
El capítulo 3 expone el Sistema de Calificación Humana (SISCHU, acrónimo de resonancias bivalentes entre lo vasco y lo oriental o, dicho de otra manera, como sería un japonés nacido en Barakaldo) que siguiendo la metodología propia de las agencias de calificación crediticia o rating- distribuye a la ciudadanía en 4 categorías normalizadas alfanuméricamente en la siguiente horquilla: los óptimos (A), los buenos (B), los malos (C) y los pésimos (D). Dentro de cada una de estas categorías, existen 3 niveles en orden descendente (que van, por ejemplo, desde el AAA al A) y que admiten, a su vez, ajustes individualizados con el uso de los signos + o -.
El capítulo 4 diseña un elemento imprescindible para poner en práctica el SISCHU, cual es la Agencia de Calificación Humana (ACHU, acrónimo con la misma eufonía vasco-oriental) que llevaría el nombre comercial de VIRTUS, por cuanto es de sobra conocida la afición anglosajona por los nombres latinos. Por ello, este nombre –según garantiza el director de marketing del proyecto- es el primer paso para facilitar un nivel de penetración notable en el extranjero.
El capítulo 5 trata de “la utilidad del rating humano para los partidos políticos” con especial atención a las formaciones populistas y nacionalistas que podrán apreciar la enorme valía de una correcta clasificación de los seres humanos en orden a las experiencias de ingeniería social que les son tan gratas y que han producido tan buenos resultados –en términos de control del exceso de población mediante el expediente contundente de eliminar a los adversarios o meramente divergentes- durante el pasado siglo XX y siguen mostrando muy destacados ejemplos en este siglo XXI.
El capítulo 6 se dedica a “la utilidad del rating humano para las empresas comerciales” tomando como ejemplo la eficiencia de una correcta clasificación de los seres humanos para provocar la compra compulsiva de teléfonos móviles que no precisan en absoluto sus destinatarios, pero se les muestran como imprescindibles para mantener conversaciones perfectamente inútiles. En concreto, tras varios experimentos realizados con personas reales, el informe llega a la sorprendente conclusión de que, tras una adecuada campaña de márketing, será más fácil vender móviles más caros a los ciudadanos del grupo pésimo (D) con independencia de su nivel adquisitivo y, por lo tanto, del esfuerzo financiero que la compra les suponga.
El capítulo 7 trata sobre “la utilidad del rating humano para las entidades aseguradoras”. Tras destacar que esta utilidad se refiere a todo tipo de seguros, sean de daños o de personas; el informe entra a realizar un análisis técnico de los efectos benéficos de una correcta clasificación de los seres humanos en el seguro de vida en particular porque permitirá ajustar con enorme precisión tanto las primas como las prestaciones y extender a este ámbito las pruebas periciales necesarias para valorar los perjuicios causados por un siniestro en los seguros de daños. Ello es así porque, hasta el momento, la pérdida de una vida humana no es susceptible de cálculo exacto y ello causa problemas técnicos de incertidumbre en la explotación de las empresas aseguradoras. A partir de ahora, un equipo de peritos humanos podrá levantar las pertinentes actas con los cálculos de los siniestros de fallecimiento cuantificando en euros, de forma exacta, cuando valía el difunto o difunta y pagar la indemnización pertinente a sus deudos.
El capítulo 8 trata de “la utilidad del rating humano para los bancos” y expone las enormes ventajas que reportará la correcta clasificación de los seres humanos para el tráfico bancario y para las entidades de crédito, que se verán excusadas de hacer las enormes inversiones en análisis previos del riesgo de morosidad cada vez que conceden un crédito. Se acabarán, pues, problemas tan groseros como el sobreendeudamiento de los consumidores.
El capítulo 9 muestras diferentes ejemplos prácticos de aplicación del SISCHU con vistas a entrenar al personal de las empresas destinatarias y poder montar, en su día, el oportuno Master de Calificación Humana (MACHU, acrónimo de resonancias protéicas).
Y, por último, el capítulo 10 del Informe de CISCO ofrece unas conclusiones ponderadas que pueden resumirse diciendo que muestra las múltiples utilidades de clasificar a la persona como “blue chip” o como “ciudadano basura”.
El Informe esta circulando en el mercado a la espera de que algún líder político o empresario visionario capten sus utilidades y pongan en práctica el SISCHU, dado un paso decisivo para que nuestra sociedad avance de forma decidida hacia “un mundo feliz”.