Inauguramos este blog que intentará informar y ofrecer criterio sobre las novedades que incesantemente se van produciendo en la regulación financiera, entendiendo por tal la que intenta llevar algo de seguridad y justicia a un territorio caracterizado por la incertidumbre en el que el cliente bancario, el inversor o el asegurado ven que sus ahorros presentes y ciertos que, en muchos casos, han logrado reunir con su trabajo, se ven sometidos al riesgo del futuro. Así, el común denominador del mercado financiero es el cambio asimétrico que se hace entre los recursos presentes y ciertos de los consumidores y las promesas futuras y eventuales que hacen los intermediarios de devolver los fondos depositados, si se trata de bancos, o de pagar la indemnización en caso de siniestro, si estamos ante aseguradoras.
Y, como el futuro es una región que nadie conoce, es preciso que el Estado establezca las reglas de juego necesarias para que aquel intercambio asimétrico de los ahorros presentes y ciertos por los resultados futuros e inciertos no acabe siendo un aquelarre de avaricia en el que los intermediarios financieros se apropien de los ahorros de los ciudadanos que pasan a engrosar cuentas de resultados tan cuantiosas como los beneficios que autoconceden sus gestores.
En este blog trataremos, por regla general, los aspectos propios de la regulación del mercado bancario, del mercado de valores y del mercado de los seguros y de los fondos de pensiones. A cada una de estas materias he dedicado los respectivos manuales universitarios, amén de otros muchos escritos, fruto de más de 33 años de impartir enseñanza en la –maltrecha- universidad pública a miles de jóvenes cuyo afecto es, a la postre, el único activo valioso que el paso del tiempo te deja entre las manos.
En relación con lo anterior, quiero acabar esta primera entrada al blog compartiendo con el lector una reflexión sobre los modos en los que el ser humano se relaciona con la escritura que son tres:
La primera especie es la de los ágrafos que experimentan un rechazo esencial e innato a reflejar sus ideas por escrito, lo que no significa necesariamente que no las tengan o que las que tengan no merezcan ser conocidas por sus semejantes. Es más, he compartido pruebas universitarias con candidatos locales que presentaban, como único mérito, una breve reseña bibliográfica. Pues bien, a pesar de tan corto bagaje, sus méritos se vieron reconocidos por el tribunal que les otorgó la plaza más relevante porque, sin duda alguna, logró entrever en el candidato ágrafo todo el conocimiento que atesoraba (si bien es cierto que lo hacía con un cierto egoísmo, al no compartirlo con el resto de la Humanidad).
La segunda especie es la de los monógrafos, que dedican todos sus esfuerzos a una parcela tan concreta del conocimiento que profundizan en ella hasta simas abisales a las que la luz no llega. Y este es, sin duda, el motivo por el que, en algunas raras ocasiones, sus textos, además de previsibles, resultan difícilmente comprensibles. También he tenido oportunidad de compartir concursos universitarios en los que el monocultivo de un epígrafe de un apartado de una lección del programa de la asignatura por parte del candidato local, lejos de ser considerado como óbice para acceder a la plaza de docente de la asignatura completa; fue valorado por el tribunal calificador como mérito que, en el futuro, le impediría dispersar su conocimiento y facilitaría su labor investigadora, aunque no docente.
Y la tercera y última especie es la de los grafómanos, que son –como diría el poeta- “letra-heridos” por sus propios escritos. He de confesar que resulta evidente que quien escribe un blog pertenece, en alguna medida, a esta última especie que se ve criticada, con cierta frecuencia y virulencia, por las otras dos especies anteriores. Es por ello por lo que la prudencia me aconseja empezar este blog pidiendo disculpas anticipadas por los errores, inexactitudes, prejuicios y juicios equivocados que sus páginas contendrán. En fin, confío no encontrarme “predicando en el desierto”.